21.9.09

Domingo en la Plaza





















Hoy amanecimos en pleno zafarrancho. Maya gritando por una punta de la casa y yo por la otra. Escenas domésticas como esta sólo ocurren entre nosotras por casi una única razón: Cuba. Todos saben de nuestras diferencias generacionales; aunque sería bueno pensar: ¿so what? ¿Qué tiene que ver esto con Cuba? ¿No son acaso cubanas las dos? ¿No es acaso esa entidad poderosa, isla salvaje la que las unió en su lengua, historia, imaginarios, imaginaciones, maternidades y partos de todo tipo? Sí, es la respuesta. Pero hay un hueco, una estela de dolor no compartido que a veces se abisma entre nosotras y se levanta más ponderosa que la mismísima cordillera andina, si de camino alto y dificultoso se trata.

El concierto de Juanes y el grupo de músicos que le acompañó fue sin duda el motor de este desencuentro, en el que nos agredíamos sin insultos, sin apelar a nada personal; llorando a cuatro ojos por la misma razón que parecía tan distinta en medio de la crisis. Ella gimiendo en su dolor, frustración, cuarenta y cuatro años de ilusiones despedazadas una tras otra. Yo gimiendo el mío. El saberme parte de esa masa amorfa de la plaza, esa masa a la que -de haber estado en Cuba- alguna posibilidad tenía de conformar. Y contarlo después con simpleza: aquel día en que Juanes dio su concierto y vinieron Aute, Bosé, Víctor Manuel, Orishas, Cucú Diamante…

Para ese primer grupo de exiliados (que se entienda mi más lejano intento de generalización); pero en fin, para algunos grupos sufridos por mayor cantidad de tiempo; es lógico que este concierto no represente más que un espaldarazo, otro, al régimen de los hermanos Castro (si parece un dúo de malos intérpretes, es porque pongo toda mi intención). Esta es la gente que ha visto desplazada y silenciada por generaciones su propia obra o simples aspiraciones de una organicidad política respetada al interior de la academia y el pueblo norteamericanos respectivamente –siempre más interesados en saber qué pasa allá en la isla y responder con apoyo a sus carencias. Esta, la gente que ha visto anuladas sus demandas de democratización; las de todo un pueblo disgregado en cinco continentes. Gente que ha sufrido un embargo por parte de la comunidad internacional igual o mayor al que se supone que económicamente han padecido el gobierno y la cámara de comercio cubanos.

Ver a Juanes pidiendo incesante paz en un estilo muy de culto dominical y nunca libertad, debe generar por coherencia, sino una rabia inmensa, un profundo desasosiego, una sensación de gota que colma copas a la que yo no puedo acceder, por mi edad, por mi falta de compromiso político. Compromiso en serio; compromiso de partido, bandera, himno y bustito de Martí en mis escritorios.

Aguantar con optimismo que Juan Formell en un estilo súper solariego abofetee a toda la oposición (extremista; pero legítima) diciendo que aunque le duela ellos han hecho el concierto, debe destapar más de un demonio. La pregunta que se me queda pendiente para Formell es si entre aquellos a quienes él desea dolidos están sus dos hijos. Los mismos que no pudieron acompañarlo hoy entre las voces de su banda.

Dudas, preguntas rebotando de una punta a la otra de nuestro apartamento. Yo tratando de entender a Maya. Maya tratando de entender el por qué de los silencios. Las dos tratando de entender la más increíble de las sentencias venidas de Cucú Diamantes, residente de la ciudad de Nueva York, amante del amor libre y las drogas; refugiada económica y política en esta torre de Babel, ¿qué quería decir exactamente cuando pedía al mundo, más bien le exigía que se abriera a Cuba? ¿No es justamente este concierto del que ella participa un gesto de buena voluntad de algunos músicos del área dirigido hacia la isla? ¿No es un signo de apertura que Barack Obama haya levantado las restricciones que Bush había impuesto años atrás a ciudadanos cubano-americanos que son la primera fuente de ingresos económica de nuestro país? ¿Y cómo es posible Cucú que te hayas puesto tan chulita y abras la boca (no al estilo de Silvio que cantó y se desvaneció en el acto) para enviar mensajes de demanda a los que ya han dado tantos pasos sin ninguna contrapartida positiva por parte del gobierno cubano? Maya y yo unidas en este no entender.

Pero de cualquier modo yo tenía una fe ignorante en el concierto. De ahí el origen de la discordia. Una fe en que pudiera crearse un tercer lugar. Un lugar de diálogo. Más ingenua aún, de reconciliación nacional, de entendimiento. Una pequeña sesión en la que unos embajadores del arte, posibles actores neutros, pudieran abogar por las partes y con amor y flores (oh, sueño nunca cumplido de los chicos de Woodstock) devolvernos algo de la esperanza destrozada año tras año sin piedad. Me inventé un concierto en donde esa simpatía por Cuba que arrancó lágrimas a Bosé, Tañón, Danny Rivera o al propio Juanes, pudieran instrumentarse y sobre todo revertirse en ganancia espiritual para nuestra gente en todas las orillas. Pero no fue posible.

Todo quedó reducido a la insinuación. Lo que leímos entre líneas con una avidez descomunal que recompuso, acaso reescribió lo dicho. Hablo de esa dedicatoria de la canción Sueño de Juanes “para todos los que están privados de libertad” quienes -muy rápidamente corrigió- no eran más que los colombianos en la selva. Hablo del pedido final de vida y unidad para la rota familia cubana. Hablo de cuando Varela dedicó una de sus canciones a todos los cubanos donde quiera que estuvieran. Del muchacho negro que se subió con la bandera y pudo por un segundo tararear con Bosé y Juanes: “Dame una isla en el medio del mar; /llámala libertad..../Canta fuerte hermano!/ Dime que el viento, no, no la hundirá.” También de cuando el propio Bosé pidió a Varela que cantaran juntos la canción Muro de este último: “Mojas el pan en el plato vacío/y apagas la televisión/abres la ventana y miras afuera, la ciudad te espera en algún lugar./ Sales a la calle y llegas al muro/ donde acaban todos, donde empieza el mar.” Canción tantas veces cantada por toda mi Generación Y en la más terrible soledad y absoluta hambre de los años 90. Gestos que de cualquier manera perviven en mi mirada sobre este concierto como valederos, como las mejores aproximaciones a esa olla hirviente, piedra de mil filos que es nuestra nación tantas veces imaginada. Gestos que no saciaron el hambre de justicia de Maya, ni la mía; pero ciertos.

Ha sido un día de zafarrancho. Un día que de seguro cerraron los participantes de este esfuerzo con una espléndida recepción en alguno de los hoteles lujosos de la ciudad. Nosotras, más humildes y drenadas, nos subimos al piso 12 con nuestras amigas Ana y Marlenys (adivinen de dónde son) a disfrutar de unos frijoles negros dormidos y unas fajitas de pollo; firmando con ellas, la tregua que necesitábamos. Tomando apuradas, unidas las cuatro en esa sed, un par de tragos de Havana Club (comprado en Praga). Nos juntamos con la ansiedad de aliviarnos, de aguantar mareadas lo que solo a nosotros, los cubanos, importa.

Un día de preguntas, de dudas crecidas, de incertidumbre amontonada. Día tormentoso cuando me doy a la tarea de repensarlo y salta esta inquietud: ¿adónde fue ese más de un millón de cubanos que por tres horas olvidó su miseria, mía? ¿Qué habrá puesto esta noche en su mesa?

Mabel Cuesta